13/10/09

“La Envidia Mata”



La Envidia Mata

By: Natsuky




Hace mucho tiempo la envidia caló hondo en el corazón de una pequeña niña.


Esta niña sería común y corriente, una más entre el montón de humanos, de no ser porque su padre era el hijo del rey de los cielos, quien estaba casado con una simple mortal. Un matrimonio que en un inicio temió ser maldecido por los dioses por ser impuro, pero con el paso de los años nada de eso ocurrió y llevaron una pacífica vida, donde la mujer dio a luz a una pequeña, delicada y hermosa bebé llamada Amelia.


Amelia siempre fue tranquila, era el pequeño orgullo de sus padres y, aunque no tenía algún “poder sobre natural” como su padre, nunca le importó.


Cuando apenas tenía 7 años, la inocente Amelia se enamoró.

A esa edad, como todo niño, ella sólo era conciente de sí misma, así que nunca dedujo que el pequeño del que estaba enamoradazo le correspondía.

Amelia siempre lo invitaba a su cumpleaños; emocionada, se ponía sus mejores ropas y lo esperaba con las mejillas sonrojadas…



Él nunca aparecía…



Un par de años después Amelia volvió a enamorarse, ahora era un niño de alegre sonrisa y ojos oscuros…el niño le correspondió, él le habló y le sonrió…Amelia estaba feliz.

Poco tiempo después el niño de ojos oscuros la dejó…por otra…



Y Amelia lloró…



A los 16 años recién cumplidos Amelia se había enamorado una vez más, esta vez de un muchacho alto y delgado…nunca pasó nada entre ellos más que un par de miradas que Amelia atribuía a las coincidencias y, claro está, a sus esperanzas que siempre eran inútiles.


Y Amelia comenzó a guardas sus lágrimas y trataba de ignorar el pequeño y doloroso nudo que sentía en la garganta.

Ella le restaba importancia al asunto, o por lo menos lo intentaba, después de todo decía que le quedaba toda una vida para encontrar a alguien…pero la espera dolía.

Se preguntaba cómo sería aquello del amor, aquello de las parejas, aquello de ser correspondida…


Y comenzó a pasar…


Por las calles, los vecinos, sus compañeros de clase y donde sea que veía a una pareja le producía cierta molestia en la garganta y los ojos…ella desviaba la mirada de inmediato, tratando de ignorar su curiosidad a lo desconocido…Tratando de ignorar su envidia.

Y poco a poco esta situación fue siendo más frecuente, el pecho le dolía cada vez más y las lágrimas estaban ocultas en algún lugar donde poco a poco formaban un lago…



Y Amelia seguía sonriendo…



Nadie sabía de su desesperado deseo de algo de afecto en el sentido amoroso o “patético sentimiento”, como ella lo llamaba recriminándose por sentirse así.

Y un día lo vio, aquel muchacho del que alguna vez estuvo enamorada, aquel alto, tan bien tenía novia. Hace tiempo que Amelia había renunciado a él, pero… ¡Que feliz que parecía!

Un día, Amelia se detuvo a observar a la pareja, ellos jugaban felices, abrazados y con sonrisas sinceras.

Y algo dentro de Amelia se oprimido con fuerza…le dolió…

Amelia lo quería, deseaba arrebatarles aquello que ella no tenía…


Amelia tenía tanta envidia…


Ese mismo día ella llegó a su casa antes que de costumbre y tenía los ojos acuosos. Fue corriendo al “Taller especial” de su padre. Una idea retorcida se había fraguado en la mente de Amelia.


Abrió la puerta del taller y no necesitó prender una vela, aunque el cuarto estuviese un tanto oscuro lo conocía de memoria.

Comenzó a caminar dentro de la oscura habitación con los puños apretados y un sollozo a punto de desbordarse de sus labios.


Caminaba decidida pasando de largo los cientos de curiosos objetos que había en los estantes, pasó por un par de enormes bolsas de algodón que dentro guardaban las nubes que pasaban por el cielo. Amelia tampoco vio los frascos que contenían los feroces vientos del norte, y ni le interesó espiar por alguna rendija de unas cajas hechas del mismo hierro que las herraduras de caballo, estas cajas contenían suficientes rayos para las primeras tormentas de la temporada.


Amelia los ignoraba a todos y se encaminó directo a su objetivo, un cofre de plata.

La chica se arrodilló y, con la llave que previamente había hurtado a su padre, abrió el cofre. Una hermosa luz salía de él iluminando gran parte del cuarto.

Dentro había un pedazo del cielo nocturno y, claro está, ese pedazo de cielo tenía pegadas unas cuantas estrellas que brillaban como pequeños soles.

Ella había escuchado que las estrellas concedían deseos de vez en cuando…Amelia quería intentarlo…


Estiró su mano y arrancó una de las estrellas, la sostuvo contra su pecho apretando un poco la mano para evitar que la estrella escapara, cerró el cofre y salió corriendo a la calle.


El ocaso se hacía presente mientras Amelia caminaba lentamente por las calles, sus manos estaban pegadas formando una pequeña cueva donde tenía a la estrella.

Mientras caminaba, ocasionalmente, en una que otra esquina veía alguna pareja de enamorados y como siempre el nudo en su garganta se apretó más…le dolía ver aquella felicidad que no le pertenecía.


Y, quizá por casualidad o providencia, los vio. Aquel muchacho al que hace tiempo había renunciado y su novia estaban a lo lejos, jugando, felices como siempre…



Y se besaron…


Y Amelia se quedó sin aliento…



Ella ya no lo quería soportar, no los quería ver, a ellos, a sus vecinos, a sus compañeros, a las parejas de la calle… ¡NO QUERÍA VERLOS!


Sin darse cuenta que un par de lágrimas de rabia se escapaban de sus ojos, Amelia observó el brillo de la estrella entre sus manos por un momento, la presionó contra su pecho de nuevo y cerró los ojos con fuerza mientras le susurraba a la estrella su deseo.

Amelia deseaba, desesperadamente, que todas aquellas parejas se fuera, que desaparecieran…que murieran…



Y el deseo de Amelia fue escuchado…



De pronto la estrella salió disparada de entre sus manos hacia el cielo, de pronto se detuvo y comenzó a brillar mucho más. Brilló y brilló cada vez más fuerte hasta que Amelia tuvo que cerrar los ojos por tanta luz.


Momentos después volvió a abrirlos. Ya no había aquella luz, el cielo estaba casi oscuro y estaba por terminar el ocaso…Y la estrella había desaparecido…


“¿Qué había pasado?” se preguntaba Amelia.


Divisó algo extraño a lo lejos, con un mal presentimiento se acercó lentamente y lo que vio la horrorizó.

El chico del que estuvo enamorada y su novia estaban tirados en el piso, ahora sólo eran un par de cadáveres con los ojos blancos, piel pálida y un hilo de sangre saliendo de la comisura de sus labios.


Amelia no gritó…el aire no pasaba por su garganta y su pulso se aceleraba. Sólo alcanzó a taparse la boca por reflejo y las manos y las rodillas le temblaban, sudor frío es lo que sentía y ni podía parpadear, no podía quitar la vista del par de cuerpos inertes a sus pies.

Sólo reaccionó cuando el olor a muerto, que se presentó inexplicablemente rápido, comenzó a provocarle arcadas.


Se dio la vuelta para respirar aire limpio y tratar de calmarse. Ella no sabía cómo sentirse, estaba confundida.


Amelia no quería entender qué había hecho…


Aún temblando, comenzó a caminar de regreso a su casa, se abrazaba a si misma cada vez con más fuerza mientras caminaba. Su rostro comenzaba a palidecer y las nauseas se hacían más fuertes clamando por salir cuando vio que…los vecinos, las personas de las calles, en las esquinas, todas aquellas personas que hasta hace unos momentos había visto y envidiado…ahora estaban tiradas en el piso, tomados de las manos o abrazados…



Todos estaban muertos…


Y Amelia comenzó a correr…



Corría y corría como un ciervo asustado, los gritos que escuchaba tras ella de la gente que iba encontrando a los cadáveres de los enamorados sólo servían para que corriera más rápido.



Amelia tenía miedo…



Miedo de sí misma, miedo de sus manos, miedo de lo que había hecho.

Y así, mientras ella corría y dejaba un camino de muertes a su paso supo que debía revertirlo, debía acudir a la única persona capaz de revertir el deseo de una estrella…Su padre…


Y, cuando finalmente llegó a su casa, quedó paralizara…como si el diablo hubiese pasado para burlarse de Amelia, había una pila de cadáveres a cada lado de la puerta de su casa, abrazados, ensangrentados y con los ojos blancos…el remordimiento hizo retroceder a la chica, pero tenía que arreglarlo, tenía que reparar sus errores. Así que se dio valor y corrió con los ojos entrecerrados entrando de un golpe a la casa.



Lastimosamente era muy tarde para hacer lo correcto…


Era muy tarde para tener valor…



Corrió al cuarto de sus padres y abrió la puerta, lanzó un grito, cayó al suelo de rodillas y rompió a llorar...



Sus padres estaban muertos…



Amelia nunca supo cuanto tiempo transcurrió mientras lloraba desconsoladamente, pudo ser 15 minutos como pudo ser 1 hora, solamente lloró y lloró hasta que los ojos y la garganta le dolían demasiado para seguir llorando.

Ya sin fuerzas, aún abrazada a sí misma, volvió a salir a la calle, con una mirada perdida y dolida parada en medio de la calle sintió un escalofrío, era como si el mundo entero estuviera a sus pies, todo frío y oscuro. Y lo reconoció…



Ella había matado a todos los enamorados del mundo…


De pronto, frente a ella, apareció un hombre ya en edad, de barba blanca y ropas de luto…Amelia apenas logró reconocerlo, él era el Rey de los Dioses.


Aquel rey la miraba con reprobación y hasta podaría decirse que con asco mientras hablaba, con su voz profunda y grave, comenzando a regañar a la chica y echarle en cara sus acciones, todo con palabras mordaces y cada vez más hirientes.


“Por tu culpa todos están muertos…por tu envidia todo está bañado en sangre” Fue una de las freces que usó el anciano, y la conciencia de Amelia estalló.


“¡YA LO SE!” gritó la chica con voz ronca cayendo al suelo sin fuerzas para sollozar, sus ojos estaban secos.


Finalmente en rey de los dioses dictó su sentencia. Una horrible maldición cayó sobre Amelia.


“A partir de este día todos y cada uno de los que habitan en la tierra sabrán quién es “Amelia”, sabrán que ella fue la culpable de semejante matanza…y Amelia jamás podrá ser querida por nadie, si alguien llegara a quererla, aunque sea un poco, moriría de inmediato sin importar quien fuese o dónde esté.”


Y así, aún con la mirada de reprobación, aquel hombre desapareció dejando a una desconsolada niña.

Desde ese día Amelia vagaba por el mundo sobreviviendo a duras penas, donde sea que iba era rechazada, golpeada y expulsada por todos…sobre todo por todos aquellos niños a los que Amelia dejó huérfanos…



Un par de meses después, Amelia se suicidó…



Los dioses, molestos por tal acto, tomaron el alma de Amelia y, al contrario de la libertad que ella tanto deseaba, la convirtieron en una estrella y la pegaron en algún lugar del cielo.


Condenada a una soledad eterna nació “La estrella Amelia”.

No era una estrella común, era de esas estrellas que sólo aparecían entre rayos y tornados, en tormentas devastadoras…era una estrella que sólo aparecía ante los ojos de los condenados…



Era de aquellas estrellas que acompañaban a la muerte…



Y para siempre sería odiada por todos…


La estrella de la envidia.



Fin




11/10/09

“Ruidos Fantasmales”




“Ruidos Fantasmales”


By: Natsuky


Ruidos fantasmales,
Susurros insoportables,
Son todas aquellas verdades que no quiero escuchar.
Con mis palmas Aplasto mis oídos,
Cierro los ojos, comienzo a sudar frío,
Lloro y grito con todas mis fuerzas
Esperando que eso pueda acallar esos
Ruidos fantasmales.


Inútil resultan todas mis acciones,
Desde la primera vez que los escuché
Supe que jamás los podría callar u olvidar,
Sabía que aquellas verdades eran demasiado conocimiento
Para un solo e insignificante humano


Traté de pedir ayuda, pero no podía,
Olvidaba cómo hablar, la voz se me apagaba
Y sólo se escuchaba mi respiración agitada
Mientras me mordía el labio, para no llorar,
Hasta que comenzaba a sangrar
Y de nuevo escuchaba esos sonidos
Esta vez eran risas, se burlan de mi debilidad
Como siempre...