Hace mucho tiempo la envidia caló hondo en el corazón de una pequeña niña.
Esta niña sería común y corriente, una más entre el montón de humanos, de no ser porque su padre era el hijo del rey de los cielos, quien estaba casado con una simple mortal. Un matrimonio que en un inicio temió ser maldecido por los dioses por ser impuro, pero con el paso de los años nada de eso ocurrió y llevaron una pacífica vida, donde la mujer dio a luz a una pequeña, delicada y hermosa bebé llamada Amelia.
Amelia siempre fue tranquila, era el pequeño orgullo de sus padres y, aunque no tenía algún “poder sobre natural” como su padre, nunca le importó.
Cuando apenas tenía 7 años, la inocente Amelia se enamoró.
A esa edad, como todo niño, ella sólo era conciente de sí misma, así que nunca dedujo que el pequeño del que estaba enamoradazo le correspondía.
Amelia siempre lo invitaba a su cumpleaños; emocionada, se ponía sus mejores ropas y lo esperaba con las mejillas sonrojadas…
Él nunca aparecía…
Un par de años después Amelia volvió a enamorarse, ahora era un niño de alegre sonrisa y ojos oscuros…el niño le correspondió, él le habló y le sonrió…Amelia estaba feliz.
Poco tiempo después el niño de ojos oscuros la dejó…por otra…
Y Amelia lloró…
A los 16 años recién cumplidos Amelia se había enamorado una vez más, esta vez de un muchacho alto y delgado…nunca pasó nada entre ellos más que un par de miradas que Amelia atribuía a las coincidencias y, claro está, a sus esperanzas que siempre eran inútiles.
Y Amelia comenzó a guardas sus lágrimas y trataba de ignorar el pequeño y doloroso nudo que sentía en la garganta.
Ella le restaba importancia al asunto, o por lo menos lo intentaba, después de todo decía que le quedaba toda una vida para encontrar a alguien…pero la espera dolía.
Se preguntaba cómo sería aquello del amor, aquello de las parejas, aquello de ser correspondida…
Y comenzó a pasar…
Por las calles, los vecinos, sus compañeros de clase y donde sea que veía a una pareja le producía cierta molestia en la garganta y los ojos…ella desviaba la mirada de inmediato, tratando de ignorar su curiosidad a lo desconocido…Tratando de ignorar su envidia.
Y poco a poco esta situación fue siendo más frecuente, el pecho le dolía cada vez más y las lágrimas estaban ocultas en algún lugar donde poco a poco formaban un lago…
Y Amelia seguía sonriendo…
Nadie sabía de su desesperado deseo de algo de afecto en el sentido amoroso o “patético sentimiento”, como ella lo llamaba recriminándose por sentirse así.
Y un día lo vio, aquel muchacho del que alguna vez estuvo enamorada, aquel alto, tan bien tenía novia. Hace tiempo que Amelia había renunciado a él, pero… ¡Que feliz que parecía!
Un día, Amelia se detuvo a observar a la pareja, ellos jugaban felices, abrazados y con sonrisas sinceras.
Y algo dentro de Amelia se oprimido con fuerza…le dolió…
Amelia lo quería, deseaba arrebatarles aquello que ella no tenía…
Amelia tenía tanta envidia…
Ese mismo día ella llegó a su casa antes que de costumbre y tenía los ojos acuosos. Fue corriendo al “Taller especial” de su padre. Una idea retorcida se había fraguado en la mentede Amelia.
Abrió la puerta del taller y no necesitó prender una vela, aunque el cuarto estuviese un tanto oscuro lo conocía de memoria.
Comenzó a caminar dentro de la oscura habitación con los puños apretados y un sollozo a punto de desbordarse de sus labios.
Caminaba decidida pasando de largo los cientos de curiosos objetos que había en los estantes, pasó por un par de enormes bolsas de algodón que dentro guardaban las nubes que pasaban por el cielo. Amelia tampoco vio los frascos que contenían los feroces vientos del norte, y ni le interesó espiar por alguna rendija de unas cajas hechas del mismo hierro que las herraduras de caballo, estas cajas contenían suficientes rayos para las primeras tormentas de la temporada.
Amelia los ignoraba a todos y se encaminó directo a su objetivo, un cofre de plata.
La chica se arrodilló y, con la llave que previamente había hurtado a su padre, abrió el cofre. Una hermosa luz salía de él iluminando gran parte del cuarto.
Dentro había un pedazo del cielo nocturno y, claro está, ese pedazo de cielo tenía pegadas unas cuantas estrellas que brillaban como pequeños soles.
Ella había escuchado que las estrellas concedían deseos de vez en cuando…Amelia quería intentarlo…
Estiró su mano y arrancó una de las estrellas, la sostuvo contra su pecho apretando un poco la mano para evitar que la estrella escapara, cerró el cofre y salió corriendo a la calle.
El ocaso se hacía presente mientras Amelia caminaba lentamente por las calles, sus manos estaban pegadas formando una pequeña cueva donde tenía a la estrella.
Mientras caminaba, ocasionalmente, en una que otra esquina veía alguna pareja de enamorados y como siempre el nudo en su garganta se apretó más…le dolía ver aquella felicidad que no le pertenecía.
Y, quizá por casualidad o providencia, los vio. Aquel muchacho al que hace tiempo había renunciado y su novia estaban a lo lejos, jugando, felices como siempre…
Y se besaron…
Y Amelia se quedó sin aliento…
Ella ya no lo quería soportar, no los quería ver, a ellos, a sus vecinos, a sus compañeros, a las parejas de la calle… ¡NOQUERÍA VERLOS!
Sin darse cuenta que un par de lágrimas de rabia se escapaban de sus ojos, Amelia observó el brillo de la estrella entre sus manos por un momento, la presionó contra su pecho de nuevo y cerró los ojos con fuerza mientras le susurraba a la estrella su deseo.
Amelia deseaba, desesperadamente, que todas aquellas parejas se fuera, que desaparecieran…que murieran…
Y el deseo de Amelia fue escuchado…
De pronto la estrella salió disparada de entre sus manos hacia el cielo, de pronto se detuvo y comenzó a brillar mucho más. Brilló y brilló cada vez más fuerte hasta que Amelia tuvo que cerrar los ojos por tanta luz.
Momentos después volvió a abrirlos. Ya no había aquella luz, el cielo estaba casi oscuro y estaba por terminar el ocaso…Y la estrella había desaparecido…
“¿Qué había pasado?” se preguntaba Amelia.
Divisó algo extraño a lo lejos, con un mal presentimiento se acercó lentamente y lo que vio la horrorizó.
El chico del que estuvo enamorada y su novia estaban tirados en el piso, ahora sólo eran un par de cadáveres con los ojos blancos, piel pálida y un hilo de sangre saliendo de la comisura de sus labios.
Amelia no gritó…el aire no pasaba por su garganta y su pulso se aceleraba. Sólo alcanzó a taparse la boca por reflejo y las manos y las rodillas le temblaban, sudor frío es lo que sentía y ni podía parpadear, no podía quitar la vista del par de cuerpos inertes a sus pies.
Sólo reaccionó cuando el olor a muerto, que se presentó inexplicablemente rápido, comenzó a provocarle arcadas.
Se dio la vuelta para respirar aire limpio y tratar de calmarse. Ella no sabía cómo sentirse, estaba confundida.
Amelia no quería entender qué había hecho…
Aún temblando, comenzó a caminar de regreso a su casa, se abrazaba a si misma cada vez con más fuerza mientras caminaba. Su rostro comenzaba a palidecer y las nauseas se hacían más fuertes clamando por salir cuando vio que…los vecinos, las personas de las calles, en las esquinas, todas aquellas personas que hasta hace unos momentos había visto y envidiado…ahora estaban tiradas en el piso, tomados de las manos o abrazados…
Todos estaban muertos…
Y Amelia comenzó a correr…
Corría y corría como un ciervo asustado, los gritos que escuchaba tras ella de la gente que iba encontrando a los cadáveres de los enamorados sólo servían para que corriera más rápido.
Amelia tenía miedo…
Miedo de sí misma, miedo de sus manos, miedo de lo que había hecho.
Y así, mientras ella corría y dejaba un camino de muertes a su paso supo que debía revertirlo, debía acudir a la única persona capaz de revertir el deseo de una estrella…Su padre…
Y, cuando finalmente llegó a su casa, quedó paralizara…como si el diablo hubiese pasado para burlarse de Amelia, había una pila de cadáveres a cada lado de la puerta de su casa, abrazados, ensangrentados y con los ojos blancos…el remordimiento hizo retroceder a la chica, pero tenía que arreglarlo, tenía que reparar sus errores. Así que se dio valor y corrió con los ojos entrecerrados entrando de un golpe a la casa.
Lastimosamente era muy tarde para hacer lo correcto…
Era muy tarde para tener valor…
Corrió al cuarto de sus padres y abrió la puerta, lanzó un grito, cayó al suelo de rodillas y rompió a llorar...
Sus padres estaban muertos…
Amelia nunca supo cuanto tiempo transcurrió mientras lloraba desconsoladamente, pudo ser 15 minutos como pudo ser 1 hora, solamente lloró y lloró hasta que los ojos y la garganta le dolían demasiado para seguir llorando.
Ya sin fuerzas, aún abrazada a sí misma, volvió a salir a la calle, con una mirada perdida y dolida parada en medio de la calle sintió un escalofrío, era como si el mundo entero estuviera a sus pies, todo frío y oscuro. Y lo reconoció…
Ella había matado a todos los enamorados del mundo…
De pronto, frente a ella, apareció un hombre ya en edad, de barba blanca y ropas de luto…Amelia apenas logró reconocerlo, él era el Rey de los Dioses.
Aquel rey la miraba con reprobación y hasta podaría decirse que con asco mientras hablaba, con su voz profunda y grave, comenzando a regañar a la chica y echarle en cara sus acciones, todo con palabras mordaces y cada vez más hirientes.
“Por tu culpa todos están muertos…por tu envidia todo está bañado en sangre” Fue una de las freces que usó el anciano, y la conciencia de Amelia estalló.
“¡YA LO SE!” gritó la chica con voz ronca cayendo al suelo sin fuerzas para sollozar, sus ojos estaban secos.
Finalmente en rey de los dioses dictó su sentencia. Una horrible maldición cayó sobre Amelia.
“A partir de este día todos y cada uno de los que habitan en la tierra sabrán quién es “Amelia”, sabrán que ella fue la culpable de semejante matanza…y Amelia jamás podrá ser querida por nadie, si alguien llegara a quererla, aunque sea un poco, moriría de inmediato sin importar quien fuese o dónde esté.”
Y así, aún con la mirada de reprobación, aquel hombre desapareció dejando a una desconsolada niña.
Desde ese día Amelia vagaba por el mundo sobreviviendo a duras penas, donde sea que iba era rechazada, golpeada y expulsada por todos…sobre todo por todos aquellos niños a los que Amelia dejó huérfanos…
Un par de meses después, Amelia se suicidó…
Los dioses, molestos por tal acto, tomaron el alma de Amelia y, al contrario de la libertad que ella tanto deseaba, la convirtieron en una estrella y la pegaron en algún lugar del cielo.
Condenada a una soledad eterna nació “La estrella Amelia”.
No era una estrella común, era de esas estrellas que sólo aparecían entre rayos y tornados, en tormentas devastadoras…era una estrella que sólo aparecía ante los ojos de los condenados…
Era de aquellas estrellas que acompañaban a la muerte…
Ruidos fantasmales, Susurros insoportables, Son todas aquellasverdades que no quiero escuchar. Con mis palmas Aplasto mis oídos, Cierro los ojos, comienzo a sudar frío, Lloro y grito con todas mis fuerzas Esperando que eso pueda acallar esos Ruidos fantasmales.
Inútil resultan todas mis acciones, Desde la primera vez que los escuché Supe que jamás los podría callar u olvidar, Sabía que aquellas verdades eran demasiado conocimiento Para un solo e insignificante humano
Traté de pedir ayuda, pero no podía, Olvidaba cómo hablar, la voz se me apagaba Y sólo se escuchaba mi respiración agitada Mientras me mordía el labio, para no llorar, Hasta que comenzaba a sangrar Y de nuevo escuchaba esos sonidos Esta vez eran risas, se burlan de mi debilidad Como siempre...
-¿Desea otra taza de Té, princesa Katherine? – me pregunta dócilmente la sirvienta.
-No me apetece en este momento- rechazo amablemente con una sonrisa.
-¿Hoy va a pasear por los jardines del palacio?
-Yo…no, hoy no- respondí acercándome al ventanal que estaba al lado de mi cama –Hoy voy a quedarme aquí, en mi habitación…-susurré sin apartar la vista de la ventana. Se veían los jardines del palacio perfectamente arreglados con rosas y claveles floreciendo por doquier, fuentes de piedra esculpida con agua fluyendo abundantemente y numerosas aves de colores bañándose en ellas. Pero yo pasaba por alto todo aquello, ya que mi vista no se separaba del horizonte, anhelando poder verlo al fin a él…
-Entonces, si no se le ofrece nada más, me retiro señorita- dijo cortésmente la sirvienta, me di media vuelva para mirarla y asentir con la cabeza levemente – No se preocupe princesa, tenga fe, ya verá que muy pronto el príncipe Antoni regresará por usted – y desapareció tras la puerta dejándome con una sonrisa en los labios por sus palabras de aliento. Todos en el palacio me decían lo mismo, incluso yo me lo repetía incansablemente noche tras noche…
Era difícil esperar…
Suspiré por tercera vez en el día y traté de sonreír, después de todo a mi querido Antoni no le gustaría verme triste.
Comencé a caminar por mi habitación para distraerme, tenía miles de adornosy detalles como decoración que me encantaban, habían varios jarrones grabados con hermosas flores recién cortadas, la mayoría eran claveles del jardín, también tenía un tocador de madera talladay un espejo a juego.
Me acerqué al espejo, el vertido que llevaba puesto era uno de los que más me gustaban, la tela era fina y delicada de color lila suave con cintas blancas y otros adornos que combinaban con mi largo cabello rubio que caía por mi espalda con un flequillo en mi frente cerca de mis ojos azules.
Tomé el cepillo del tocador y lo pasé un par de veces por mi cabello, aunque no era necesario por que no tenía ni un pelo fuera de lugar, me encantaba arreglarme, creo que era un poco coqueta.
Me acerqué de nuevo a la ventana para quedarme observando el horizonte nuevamente por un largo rato, como era mi costumbre.
De pronto escuché el sonido de un portazo, asustada me di la vuelta viendo que un hombre había entrado a mi habitación, era un individuo muy extraño, vestía una bata blanca sobre su traje, tenía el rostro serio y el cabello negro lo que hacía que su semblante pareciera aún más sombrío.
-¿¡Quién es usted?! – pregunté asustada.
-Carla, cálmate, no empieces a gritarDijo en tono serio el hombre acercándose y tras él venían un trío de mujeres uniformadas de blanco de pies a cabeza.
-¡¿Cómo se atreve a hablarle así a una princesa?! ¡Además mi nombre es Katherine! – dije con la voz algo temblorosa al tener al hombre frente a mi.
-Cálmate y tómate esto – me dijo ya perdiendo un poco la paciencia pasándome una vaso con agua y unas pastillas de colores.
-Pobrecita, dicen que si novio salió un día y simplemente se suicidó – murmuró una de las mujeres de blanco a sus compañeras.
-Si, si, y eso le causó un gran Shock, dicen que ahora cree que es un princesa y que se llama Katherine, así la llamaba su novio…creo que se llamaba… ¿Antoni? –
-¡¿QUÉ?!- grité corriendo hacia las mujeres -¡¿Qué han dicho?! ¡Cállense, el príncipe Antoni no está muerto! – grité en la cara de la mujer sintiendo como me temblaban las manos.
-¡Ya basta! – Escuché que el hombre gritaba y me tomó de los hombros girándome hacia él de nuevo acercando su rostro al mío mientras alzaba la voz - ¡Tienes que aceptarlo! Ese maldito se suicidó por sus deudas, ¡¡acéptalo y recupérate para salir de una buena vez de este malditomanicomio!!-
¿Manicomio…?
No entendía nada de lo que estaba pasando, comencé a llorar, ese individuo me asustaba y, quizá, lo que más me asustó fue quepude ver como todo a mi alrededor se desvanecía lentamente. Mi tocador de madera se esfumaba dejando un simple y ordinario mueble color blanco de metal; los floreros, adornos y candelabros desaparecieron; la ventana antes amplia y decorada con suaves cortinas y vitrales ahora no era muy pequeña y con barrotes de hierro algo oxidado al otro lado del sucio vidrio; y mi cama ahora era un mugroso catre con un colchón muy pequeño y apenas un par de sábanas blancas.
-¡¡¿QUÉ PASA AQUÍ?!!- grité aterrada volviendo a sollozar. Todo había cambiado, ahora era simplemente una pequeña habitación sin la más mínima decoración, todo era pulcramente blanco…
Desesperantemente blanco…
-¡¿Dónde estoy?! – lancé otro grito al ver que mi vertido lila ahora era una enorme bata blanca y sentía bajo mis pies el frío de las baldosas blanquecinas.
-Tómate esto de una vez – me volvió a ordenar el hombrepasándome las pastillas.
-¡Cuidado doctor! – chilló una de las mujeres cuando tiré las pastillas y empujé al hombre arañándole la cara.
-¡¡Largo de aquí, váyanse!!- comencé a gritar tan fuerte que me desgarraba la garganta - ¡¡Antoni, Antoni!!-
-¡Enfermeras, sujétenla! –
-Si doctor – y dos de ellas se acercaron a mí sujetándome de los brazos, yo comencé a patalear viendo todo borroso por mis lágrimas.
-¡¡Antoni, Antoni, Antoni!!-
-¡BASTA!- me gritaba el doctor mientras la tercera enfermera le pasaba una jeringa con un extraño líquido dentro -¡Tienes que recuperarte! ¡No sabes el daño que le estás causando a tu familia! –
-¿Mi…mi familia? – Pregunté en un sollozo - ¡Usted qué sabe! ¡Mi familia está en el palacio, cuando se enteren de lo que me está haciendo lo mandarán al calabozo y lo colgarán! – grité tratando de intimidarlo, pero el hombre no se inmutó por ello y se acercó con la jeringa.
-¡Quédate quieta! – ordenó mientras yo pataleaba desesperada, pero no pude evitar que unos momentos más tarde las enfermeras sujetaran uno de mis brazos con fuerza y aquella aguja penetrara en mi piel dolorosamente.
Lancé un chillido de dolor y poco después dejé de forcejear y comencé a sentirme adormilada. Las enfermeras me dejaron en la cama y todos salieron de la habitación dejándome sola.
Sólo se escuchaban mis sollozos…
Al fin después de unos minutos, la droga terminó por dormirme.
Escuché unos ruidos en mi habitación y lentamente abrí mis ojos…
Todo había vuelto a su lugar, los candelabros, las flores, el tocador, el ventanal, mi suave y enorme cama; Todo había regresado.
-Katherine…- escuché que me llamaban, me levanté de la cama alegre de volver a ver mi vestido lila – Ven conmigo Katherine…-escuché de nuevo y esta vez vi a un hombre al lado del ventanal.
-¡A…Antoni! – susurré eufórica al reconocerlo con su típica y radiante sonrisa extendiendo una mano hacia mi.
Corrí hacia él abrazándolo con todas mis fuerzas.
-¡Sabía que vendrás por mi! – le decía llorando…
Al fin era feliz…Tan feliz que me dolía el corazón…
Esa noche, mientras dormía, Carla sufrió un paro cardiaco y murió…